lunes, 6 de noviembre de 2017

Serenata diurna en pozo Tenoya

María Melián, se acercaba al pozo de Tenoya todos los jueves por la tarde, llevaba flores, los claveles rojos que recogía en el jardín de abuela Pinito Mejías en La Milagrosa, andaba por las montañas, atravesaba el frondoso bosque de acebuches entre los parajes remotos de Chanica y Marcuervo, para subir la montaña que olía a flores de lavanda, hasta llegar al lugar solitario, donde todavía en aquellos años 60 había peligro si te veían rondar por el profundo lugar del exterminio.

Recordaba las conversaciones interminables de su abuelo Antonio en el patio de los dragos, cuando le hablaba de los explotados de la tierra, del inmenso sufrimiento de la clase trabajadora bajo el yugo de una oligarquía criminal, la mirada dulce de aquel hombre que marcó su vida, que la enseñó a ser respetada, a no agachar la cabeza ante nadie, ni siquiera a quienes comenzaron a matar desde el golpe fascista del 36.

Estaba segura que estaba en el fondo del siniestro agujero, desde la madrugada que se lo llevaron entre cuatro hombres de su casa, que uno de los que por pura suerte había logrado evitar el tiro en la nuca lo había dicho, que ese rumor corría de boca en boca en muy baja voz, que se libró porque entre los asesinos había un conocido, alguien que pudo evitar su seguro asesinato, dejándolo marchar corriendo por la ladera hasta la profunda cueva aborigen de La Montañeta en Tamaraceite.

La muchacha se sentaba al lado de la boca del pozo, recordando a su querido abuelo, el sindicalista, conocido por sus luchas libertarias en las fincas del Conde en el sur de la isla, la organización de las huelgas contra unas condiciones laborales que rozaban la esclavitud, por una jornada laboral de ocho horas, la abolición de los abusos sexuales de los patronos y encargados sobre las aparceras, los derechos sociales pisoteados por una patronal sanguinaria que no esperaba la rebelión de los oprimidos:

-Por eso lo odiaban tanto- pensaba María.

-Jamás pudieron perdonarle su rebeldía- hablaba en silencio, sin poder olvidar a quien fue tan importante en su vida, desde la noche del accidente de sus padres cuando en el invierno del 34 se los llevó la riada del barranco de Tirajana dejándola huérfana.

A veces el pozo pareciera que hablara, ella escuchaba un rumor imposible, varias voces que conversaban de la próxima acción revolucionaria, se podía respirar una normalidad invisible que venía de las profundidades del abismo, como si no estuvieran muertos, como si los tiros en la nunca, uno tras otro, arrodillados, humillados, torturados, las risas de los falangistas, las botellas de ron para relajar el alma antes de cometer aquellas atrocidades.

María los imaginaba juntos entre el lodo, sentados en corro, elaborando el nuevo manifiesto para la próxima huelga, como si estuvieran en el viejo local de Bordón en el Carrizal de Ingenio, le costaba imaginar su muerte, que jamás podría ver a su abuelo, a los compañeros de Arucas y Agaete, los sentía eternos, resistiendo la hemorragia cerebral y el vuelo al fondo del agua fría con el cuerpo destrozado.

Caminando de noche hacia su casa, regresaba por otro camino, siguiendo los consejos de su abuelo:

-Acechan estas bestias azules mi niña, toma precauciones, cambia tu rutina, deshace los caminos, busca otras rutas, se lo tenemos que poner difícil- recordaba andando despacio atravesando La Zarandilla, entre una vegetación tan tupida que casi era imposible ver más allá de los cinco metros.

En la puerta la esperaba la abuela Pino sonriente, la abrazaba y las dos lloraban cada instante de ausencia:

-El pozo está solitario abuelita, allí sigue, algún día lo sacaremos y brillarán de nuevo tus ojos.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Un grupo de arqueólogos y técnicos a 33 metros de profundidad en el fondo del Pozo de Tenoya 2017 / EFE

No hay comentarios:

Publicar un comentario