sábado, 11 de noviembre de 2017

A la maldición de no ver más aquellos ojos claros

Lo primero que hizo Lolita Santana cuando se llevaron a su nieto la noche del 14 de agosto del 36 fue ir a la casa del conocido dirigente fascista apodado el “Cojo Acosta” a primera hora de la mañana, el jefe falangista salió como siempre arrastrando la pierna afectada desde niño por la polio:

-Don Manuel se llevaron a mi niño anoche, varios hombres vestidos de azul lo metieron en un camión y me golpearon cuando salí a preguntar donde lo llevaban-

Acosta se la quedo mirando un buen rato sin omitir palabra mientras por su puerta salían dos jóvenes menores de edad que la mujer no pudo identificar, luego recordó que era muy conocida la afición del fascista por tener sexo con menores:

-Lolita yo no puedo hacer nada, si se llevaron a su nieto es porque algo haría, esté tranquila que está en manos de los que defienden nuestra patria del terror marxista- dijo el falangista todavía en calzoncillos, recién salido de la cama redonda con aquellos casi niños, todo era normal ya que los vecinos estaban acostumbrados a la entradas y salidas de menores de su casa.

La mujer agachó la cabeza porque sabía que esa respuesta no salvaría la vida de su nieto Juanito Tejera, se arrodilló ante el fascista y le pidió clemencia, una llamada, un papel firmado que pudiera mostrar en el centro de detención del barrio de Arenales en Las Palmas de Gran Canaria, lugar al que se estaban llevando a los de Tamaraceite en esas noches terribles, ya que al parecer la comisaría clandestina de la calle Luis Antúnez estaba saturada.

El cojo le puso la mano en la cabeza y le dijo que rezara dos padrenuestros y varios ave Marías porque no podía hacer nada:

-Esto no es pa mi señora-

Lolita bajó la carretera general cabizbaja y la calle estaba vacía a las ocho de la mañana, solo varios hombres entraban al bar del Manolito “El Mago” a tomar el ron mañanero, ninguno la miró, todos bajaron la cabeza, posiblemente por miedo a que los relacionaran con la familiar de un comunista detenido.

Siguió andando, atravesó el puente del barranco y no paró hasta llegar al centro de detención, afuera sentadas en la acera había varias mujeres que parecían demandar lo mismo que ella quería exigir: la libertad de su querido nieto.

Dentro se escuchaban gritos estremecedores de mujeres y hombres, golpes, detonaciones de pistolas y fusiles, la calle vacía, las ventanas y puertas de las casas cerradas al cal y canto, solo varios guardias de asalto custodiaban la entrada al centro de tortura, varios tipos aburridos, como acostumbrados a repetir cada noche, cada madrugada lo mismo:

-Aquí no está su familiar, anoche lo soltaron y lo vi caminar calle abajo hacia la playa de Triana, seguro que ya está en su casa.

Ni Lolita ni sus compañeras de sufrimiento se lo creían, por eso se quedaron allí y en cada grito, en cada alarido, parecían identificar el sonido de cada ser querido sometido a las aberraciones de aquellos criminales fascistas.

Desde que llegó la noche comenzaron a llegar camiones y coches cargados de hombres, alguna mujer, a las que separaban y llevaban a otras dependencias, según decían para violarlas si eran jóvenes y guapas. Los bajaban de los vehículos a golpes, eran seres destrozados todos con los ojos llenos de sangre, casi ciegos, entraban tambaleándose a la casa donde iban a ser maltratados hasta la muerte.

Lolita sobre las doce de la noche muerta de hambre y sed se fue por detrás del centro de detención buscando un lugar oscuro para orinar, cuando se levantó la enagua y se agachó en cuclillas, entre varias piedras y un acebuche, vio como se abrió la puerta trasera y sacaban a varios hombres que parecían muertos, los metían en un camión de los Betancores utilizado para el transporte de papas, tomates y plátanos y en esos momentos como transporte de muertos, echaban los cuerpos como si fueran racimos, cuerpos jóvenes y fuertes, muchachos de Arucas, Telde, Agaete, Galdar, Guía, Agüimes, Ingenio, Tunte..., hasta que lo llenaron y el vehículo salió a toda velocidad, dejando un reguero de sangre, custodiado por un grupo de falangistas que montaban guardia entre los muertos amontonados.

Allí se quedó Lolita inmóvil unas tres horas esperando ver salir a su niño amado, ya había perdido la esperanza, los gritos no cesaban, alaridos de dolor que traspasaban el alma, hasta el momento en que volvieron a abrir las puertas, sacando a varios jóvenes, esta vez iban andando, tambaleándose, recibiendo golpes y empujones de los falangistas y guardias civiles, entre los muchachos iba Juanito, con la camisa blanca llena de sangre y la nariz rota, lo iban a meter en unos coches negros de gente rica de la isla, cuando la mujer salió de su escondite y corrió a abrazar al muchacho, se le aferró al cuello, el chico no tenía fuerzas ni para recibir aquel arrebato de cariño inmenso, los guardias la separaron a golpes, Lolita cayó al suelo con la cabeza abierta de un golpe de máuser, su nieto le dijo que la quería mucho cuando cerraron la puerta del auto para no verlo nunca más.

La anciana se puso el pañuelo en la herida, se levantó lentamente mirando como los coches desaparecían camino del sur de la isla, uno de los guardias se le acercó y le dijo que se marchara cuanto antes, que corría peligro su vida.

Ella no paraba de llorar y un guardia vecino de Tamaraceite, apellidado Bolaños, le susurró al oído:

-En unos años cuando todo esto se tranquilice llévele unas flores a la Sima de Jinámar y no llore más mi viejita, váyase tranquilita.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

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