domingo, 29 de octubre de 2017

Profético silencio

Se le fue la vida pero lo sabía tantos años antes, que la naturaleza era implacable cuando llegan los años del deterioro, de la enfermedad, supo que ya no la vería más, que todos aquellos olores, sensaciones, canciones, imágenes inolvidables jamás volverían, la muerte vino y se llevó todo, hasta la memoria y los instantes dulces, risas de bebé, momentos tan lejanos que se acumularon desvelando hasta el rincón secreto de las caricias.

Luján, como le llamaban en la Federación Obrera, nunca se rindió, tuvo la oportunidad de escapar en un barco francés una noche de diciembre del 36 desde el Puerto de Las Palmas, pero decidió quedarse y luchar en la clandestinidad, recorrer la isla a pie, por los parajes que casi nadie conocía, escrutando la posibilidad de organizar la resistencia, mientras miles de hombres eran asesinados por los fascistas en cada rincón del archipiélago de la muerte.

En el barranco de Moya olía a Romero y tierra embarrada, se le enterraban las alpargatas de jornalero, cargado con la mochila militar republicana no paraba de caminar durante toda la noche, refugiándose por el día de los miles de ojos que vigilaban, que por colaboración o miedo delataban todo lo que se saliera de lo normal.

Cualquier hombre andando en pleno día generaba toda las sospechas de un pueblo amedrentado, por eso antes de que amaneciera Pablo Luján se refugió en una de las cuevas aborígenes cerca de Azuaje, todavía quedaban algunos lebrillos de barro, los restos fecales de las cabras, dos garrotes de salto ocultos en un rincón de la caverna.

Allí durmió y soñó con el instante de la muerte, se vio de repente en una cama de hospital donde las enfermeras hablaban un idioma desconocido, pero le acariciaban la frente con miradas dulces y cómplices, en el mismo sueño debatía consigo mismo sobre las posibilidades de salir vivo de aquel laberinto insular.

Le vino el cariño de seres que todavía no habían nacido, de una nieta maravillosa estudiante de derecho, enemiga de las injusticias sociales, luchadora en unos tiempos modernos desoladores, donde gran parte de la clase obrera votaba por las derechas, por los mismos que masacraron a todo un pueblo para imponer el fascismo.

El silencio de la cueva y el agua corriendo hacia el mar del norte le hicieron dormir profundamente, soñaba, no paraba de soñar y ya no era capaz de saber si estaba despierto o dormido, si vivía en el pasado, en el presente o en un futuro tan desconcertante como los tubos inyectados en las venas de sus brazos.

Despertó o quizá siguió dormido, cuando alguien le tocó el hombro con mucha suavidad, era una mujer mayor con un rostro que no era de ese tiempo, los ojos grises, abrigada con unas pieles de cabra y un collar de caracoles marinos:

-Hermano no debes temer porque todo acaba por volver al principio, es así el sino, hasta el mar recupera lo que le robaron con el paso de los siglos, estate tranquilo, descansa y déjate llevar por la paz del oráculo, descansa, ya luchaste bastante, lo diste todo por tu gente como tantos guerreros que ya son parte de la materia de esta isla, de la lava de sus volcanes, del calor de la tierra vencida pero que renace desde la profundidad de las conciencias- dijo la mujer desvaneciéndose entre las rocas de toba basáltica que daban cobijo al luchador.

Luján se dejó llevar y se fue entre rostros bondadosos, familiares, de seres que parecía conocer desde siempre aunque nunca los hubiera visto, una paz infinita lo inundó y ya no tenía sentido lo material, ni siquiera el miedo, nada más que un latido de sueños imposibles, de compromiso con la santa profecía. 

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

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