sábado, 28 de octubre de 2017

Anhelos remotos

El cáncer se lo comía y no le quedaba tiempo para despedirse de los seres que más quería, su hija mayor no apareció por el hospital, solo vino la que vivía en Catalunya, pero no tuvo tiempo de verlo consciente, allí entubado, con las venas abiertas, conectado a las mangueras para aferrar a la vida a quien deseaba partir hace tiempo al otro lado de la nada.

Dejó una nota escrita horas antes de que la sedación lo convirtiera en un vegetal, un viejo árbol derribado, sin hojas que esperaba la llegada de la lluvia en la sequía de los siglos, cuando el agua no es más que un espejismo, un sueño en las raíces secas de quien dedicó su vida a intentar cambiar el mundo.

Solo sus perras lo añoraban, lo esperaban en la soledad de la vieja casa con la esperanza de que algún día volviera, echaban de menos su presencia pegado al ordenador, escribiendo, relatando aconteceres, lo que había sucedido en otros tiempos, protestando en silencio ante el vacío de la memoria.

Verlo con la manguera regando los helechos, la vieja higuera, los dos ciruelos, las plataneras que crecían verdes y fuertes casi sin ayuda, aquellos seres de cuatro patas eran quienes más lo extrañaban, añoraban ese amor que solo se transmite en silencio, conviviendo en una manada imposible, solo delatada por la sombra nocturna, la que se incrustaba entre las ramas de la vieja araucaria, por eso a las peludas les encantaba echarse a su lado, lo miraban leyendo entre la vegetación de la vieja casa un libro tras otro, hoja tras hoja, letra tras letra, historia tras historia, infinita, imposible, ilegal como tantos años de lucha antes de la infinita soledad.

La joven morena y linda le agarró la mano, estaba fría, llena de pequitas que le sonaban a un tiempo perdido, cuando alguien de muy lejos la acurrucó entre sus brazos entre banderas, entre consignas de liberación y conquistas sociales.

El no reaccionó, pero de alguna forma ella sentía el lento circular de su sangre, despacito, al golpito, como a quien le cuesta subir la última montaña en la zona más remota de la cordillera pirenaica, donde todavía retozan los osos pardo, jugando con sus crías entre pinos gigantescos, al lado de un riachuelo con un agua repleta de espuma y trocitos de hielo al comienzo de la primavera.

En la mesa sus libros con una carta encima, tres libros, tres títulos, todos hablaban de memoria, de la represión del fascismo contra el pueblo canario, vio su nombre, la dedicatoria, se emocionó unos instantes y abrió la carta, casi no entendía la letra, nunca la había entendido muy bien, “letra de médico” le dijo una vez a pocos kilómetros de la frontera con Francia.

Abajo se escuchaba la llegada de las ambulancias, parecían monstruos legendarios, aullidos de lobos entre el turbulento tráfico de aquel lunes de agosto en que el calor inundaba las calles, la calima se reflejaba en la incipiente luna llena que aparecía entre La Isleta y la montaña de Amagro, la que un día aquel hombre agonizante le dijo que era sagrada, que allí los antiguos indígenas celebraban sus rituales de amor a la Madre Tierra.

Se entretuvo releyendo la carta, viendo las primeras estrellas, el mar que revuelto parecía devolverle las lágrimas que salían por sus ojos, la claridad nocturna, alguna música remota, un concierto quizá en la explanada junto al estadio, el bullicio de la gente entre el humo de los chiringuitos pescando amores y sonrisas.

Se fue rápido, los aparatos dejaron de sonar de repente, se escuchó un pitido leve, otro corazón que dejaba de latir, el protocolo de un nuevo final que miraba con sus ojos marrones, tristes, húmedos, desiertos en la soledad del nuevo crepúsculo.

Entraron dos enfermeras jóvenes que desenchufaron todo, ella se quedó sentada sin soltar la mano de su padre, sintió como que algo le atravesaba el cuerpo, una sensación de paz desconocida, tomó los libros, los toco, los olió y partió a tomar el taxi para el aeropuerto, su mano seguía oliendo a madera y flores.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

PINTURA-ERNEST DESCALS

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