lunes, 30 de octubre de 2017

El pozo de la lluvia incandescente

Juana Montenegro llegó al centro comercial Los Alisios en Tamaraceite media perdida, no encontraba la salida ni la entrada, solo luces, música, glamour, chicas muy guapas con minifaldas en patines, mucha gente joven recorriendo cada rincón, riendo, muchachas y muchachos con los pelos de colores, familias enteras de tienda en tienda, otras haciendo cola en el gigantesco multicine, la mujer vecina del barrio de Casa Ayala iba del brazo de su marido Antonio Alcántara, que tenía algo de demencia senil, había momentos que estaba lucido y otros en que se desconcertaba, no sabía dónde estaba, incluso a veces no conocía a sus nietas.

La pareja recorrió gran parte del nuevo templo del consumo auspiciado por políticos del ayuntamiento de Las Palmas, por constructores “amigos” de quienes recalífican suelo agrícola de alta protección, para todo tipo de pelotazos a cambio de maletines y sobres repletos de billetes.

Se encontraron con un seguritas, un tipo gordo y sudoroso de las multi empresas del presidente del equipo de fútbol más importante de la isla, un cacique también antiguo vecino de Tamaraceite, muy conocido por ciertas “actividades” muy mal vistas por las vecinas y vecinos del pueblo desde que era muy joven, cuando se le veía cada día aparcando coches a cambio de alguna moneda en la entrada del Polideportivo junto a los Institutos de Secundaria.

El guarda se les quedó mirando medio asombrado, percibió su desconcierto, que no venían a comprar, que buscaban sin encontrar, como dos gnomos salidos de un cuento entre la decoración navideña y la molesta estridencia de los villancicos:

-Quiero hablar con el encargado de este lugar por favor- dijo Juana que era muy bajita, con su pelo blanco y un luto ancestral, que parecía ya parte de la piel de su alma.

El segurita la miró un rato y no sabía que decirle hasta que se decidió:

-Vengan conmigo, acompáñenme, les acerco a las oficinas y quizá allí puedan ayudarles-

Subieron por las escaleras mecánicas, Juana agarrada del brazo del guardia en su otro brazo Antonio que miraba al suelo, nunca había usado esa tecnología, en su pueblito bastaba con acercarse a la tienda de aceite y vinagre de Mariquita para comprar la comida del día, el champú, los productos de limpieza, hasta alguna botellita de vino tinto para su querido Toño.

Estuvieron más de media hora en una inmensa sala de espera con sillones enormes, de esos que te sientas y parece que te engullen, Antonio miraba al vacío, Juana a las chicas que pasaban con su tacones imposibles, eran muy altas, con peinados muy extraños, las faldas muy cortas, algunas con escotes tan pronunciados que pensó que casi era mejor que no llevaran nada, la mayoría no saludaban, los ignoraban, otras, las menos los miraban con desdén o con alguna una sonrisa por ver seres tan pintorescos en medio de aquel espacio para la codicia y la falsedad.

Hombres trajeados con teléfonos permanentemente pegados a sus oídos caminando de un lado a otro, parecían malhumorados, miraban con odio, les recordó a los falangistas que se llevaron a su padre y a su tío el 9 de octubre de 1936 de su casita de Tinoca.

Al rato vino un hombre de unos cuarenta años con un chaleco amarillo fluorescente y una camisa verde con corbata azul, les preguntó que deseaban con un gesto muy serio, casi despectivo, Juanita se levantó como pudo, el sillón la absorbía, Antonio la ayudó, el se quedó sentado no podía levantarse:

-Mire señor hemos venido porque ustedes han construido este edificio sobre un pozo donde está enterrado mi padre, nos avisó ayer la nuera de Chanita y no entendemos como no nos consultaron, teníamos la esperanza de que los de la memoria histórica algún día nos ayudaran a recuperar sus restos y los de cinco compañeros más del Partido Comunista, los que también están tirados como perros en ese agujero del crimen, a mi tío lo arrojaron en el pozo de Tenoya y ya el Cabildo ha sacado quince de los cuerpos- dijo la anciana con una voz tan suave y dulce pero que no cambió la cara de piedra congelada del ejecutivo que la miraba desconcertado.

-Señora esta construcción se ha ejecutado con total legalidad, con el respaldo del ayuntamiento capitalino, de su alcalde, de su concejal de urbanismo, sin ningún voto en contra, ni siquiera de Podemos que siempre suelen estar jodiendo cualquier proyecto urbanístico, hubo un periodo de alegaciones, se indemnizó a las familias propietarias de los terrenos, así que haya lo que haya en ese supuesto pozo que usted dice no hay nada que hacer. Además no entiendo como vienen aquí a molestar y a remover mierda de algo que sucedió hace ochenta años, si no se han enterado estamos en una democracia, así que les ruego que abandonen esta oficina y dejen de estar jodiendo a quienes hacemos nuestro trabajo por el bien de la sociedad, generando puestos de trabajo y progreso para esta isla- acabó el enchaquetado con acento peninsular y un tono muy enfadado, dándoles la espalda bruscamente y llamando por una emisora a seguridad.

Juanita ayudó a Antonio a salir del sillón donde estaba casi enterrado, le costó trabajo levantarlo, el viejo ya tenía problemas de movilidad, se quedaron allí los dos un rato sin saber que hacer, adonde acudir, hasta que llegó el mismo segurita que parecía compadecerlos al ver la cara de la señora que lloraba en silencio.

Los acompañó a la salida, esta vez por los ascensores panorámicos donde se veía la multitud, todo aquel espacio para el negocio y el mercadeo, los dejó en la puerta y se fueron andando, desolados, tristes hacia Tamaraceite, por una calles infectadas de coches y atascos, mucho humo y ruido:

-Vamos mi niño, al menos sabemos que están ahí enterraditos, quizá bajo aquel parquito donde los niños saltaban en los castillos hinchables, vamos pa casa, camina tranquilito, cogemos la guagua frente a la casa de Fefita.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

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