miércoles, 22 de enero de 2020

Noche de corujas

La primera vez que las vio no se atrevió a despertar a Roberto, se asustó mucho cuando las sintió entre la niebla de Tamadaba, esa segunda vez iban en fila subiendo los riscos del Fin del Mundo, Enrique metió la cabeza debajo de la manta de lana mientras notaba la mirada fija de la mujer más joven, sus pasos acercándose al vivac cavado junto a la grieta, como se quedó quieta, inmóvil, mirando curiosa a los dos hombres y las dos pistolas junto a sus cabezas mojadas por el relente, aferradas en sus manos como dos reliquias sagradas. Los chicos temblaban de miedo, no les parecía algo normal que un grupo de mujeres estuvieran a aquellas horas de la madrugada en el frío y solitario pinar, perdidas entre la niebla que subía del Valle de San Pedro, de la Vecindad de Enfrente donde los fascistas habían asesinado a casi todos los hombres. Enrique le toco los pies helados bajo los gruesos calcetines de Roberto que asomó la cabeza y vio a la muchacha, al resto de las mujeres que se entretenían bailando a unos treinta metros en un llano cerca del acantilado, tocaban unos tambores que emitían un sonido ancestral, reían, parecían divertirse mucho. La chica también les sonrió, "estén tranquilos", les dijo, "si mañana se internan en Tirma y suben a Linagua por el Siberio nadie los va a capturar". Los dos se quedaron petrificados mirando a las mujeres que en unos minutos se perdieron andando lentas hacia El Risco de Faneque, ya nunca más las vieron:
-Eran las Animas Benditas o las Brujas de La Habana, dijo Roberto con voz de niño, los dos se abrazaron, prepararon sus mochilas para salir antes del amanecer presurosos, todavía con la piel erizada.
Relato inédito de Francisco González Tejera.
Imagen: Fotograma de The Crucible. Película dirigida por Nichola Hater, 1995.

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