La primera vez que las vio no se atrevió a
despertar a Roberto, se asustó mucho cuando las sintió entre la niebla de
Tamadaba, esa segunda vez iban en fila subiendo los riscos del Fin del Mundo,
Enrique metió la cabeza debajo de la manta de lana mientras notaba la mirada
fija de la mujer más joven, sus pasos acercándose al vivac cavado junto a la
grieta, como se quedó quieta, inmóvil, mirando curiosa a los dos hombres y las
dos pistolas junto a sus cabezas mojadas por el relente, aferradas en sus manos
como dos reliquias sagradas. Los chicos temblaban de miedo, no les parecía algo
normal que un grupo de mujeres estuvieran a aquellas horas de la madrugada en
el frío y solitario pinar, perdidas entre la niebla que subía del Valle de San
Pedro, de la Vecindad de Enfrente donde los fascistas habían asesinado a casi
todos los hombres. Enrique le toco los pies helados bajo los gruesos calcetines
de Roberto que asomó la cabeza y vio a la muchacha, al resto de las mujeres que
se entretenían bailando a unos treinta metros en un llano cerca del acantilado,
tocaban unos tambores que emitían un sonido ancestral, reían, parecían
divertirse mucho. La chica también les sonrió, "estén tranquilos",
les dijo, "si mañana se internan en Tirma y suben a Linagua por el Siberio
nadie los va a capturar". Los dos se quedaron petrificados mirando a las
mujeres que en unos minutos se perdieron andando lentas hacia El Risco de Faneque,
ya nunca más las vieron:
-Eran las Animas Benditas o las Brujas de La
Habana, dijo Roberto con voz de niño, los dos se abrazaron, prepararon sus
mochilas para salir antes del amanecer presurosos, todavía con la piel erizada.
Relato
inédito de Francisco González Tejera.
Imagen: Fotograma de The Crucible. Película dirigida por Nichola Hater, 1995. |
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