Aquel septiembre del 73 en Chile cuando aviones asesinos bombardearon la casa del presidente, el humo inundaba las calles de Santiago mezclado con el olor de la sangre derramada, sangre roja del pueblo trabajador, de quienes soñaron con una sociedad mejor, construida desde cimientos de fraternidad y justicia social.
El perro de la calle parece mirar asustado como se destruía todo un universo de paz y ternura, esa fragancia de esperanza que tienen los pueblos cuando descubren que es posible derrotar el derrumbe de los sueños. Salvador Allende, Víctor Jara, Pablo Neruda, los 5.000 del estadio, la buena gente torturada en las mazmorras del infierno. Siguen vivas, no son solo memoria, son colores y sonrisas, las mismas que brotan del corazón.
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