Yo era muy pequeño y los helechos plantados por mi abuela Frasquita ya estaban encadenando lo más bello del antiguo patio, siguen vivos, apenas requieren cuidados, solo el agua fresca que les hace seguir resistiendo el embate del tiempo.
Me vienen recuerdos como balas de las conversaciones, las voces de mi familia, casi susurrando, hablando de todo el daño que nos hicieron los fascistas, del asesinato de mi tío el bebé Braulio González a menos de doscientos metros de nuestro hogar, en la misma Carretera General de Tamaraceite, cuando aquella noche de Navidad del 36 un falangista de la "Brigada del amanecer" lo sacó de su cuna para destrozarle la cabeza contra la pared, de la detención de mi abuelo Juan Tejera, "se lo llevaron descalzo y en calzoncillos", dice siempre mi madre cuando le preguntan por la brutal represión. El fusilamiento de mi abuelo Francisco González, el 29 de marzo del 37 a las cuatro de la tarde.
Esos helechos no solo dan el frescor de su pureza durante décadas incontables, también trasmiten todo ese amor de quienes creían en un mundo mejor, de unas manos encallecidas que los plantaron, manos rotas de tener que pedir limosna por quedarse sola con cinco hijos, manos de esperanza que también supieron cerrar el puño y reclamar justicia.
Ahora con el paso del tiempo casi todos han partido, quedamos pocos, pero seguimos respirando el aroma insurgente de sus ramas, las raíces de la heroica lucha revolucionaria.
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