miércoles, 8 de noviembre de 2017

En la otra esquina del verano

Los jefes de Falange se reunieron en la sede de la calle Albareda de Las Palmas con otros dirigentes de Acción Ciudadana, todos miembros de la burguesía isleña más radical, reaccionaria y ultracatólica por la ancestral práctica religiosa de sus familias, no había orden del día, solo revisar las listas negras elaboradas desde noviembre del 35 para decidir a quienes fusilar, desaparecer y encarcelar.

También había un apartado en el informe sobre propiedades, hijos y posibles ingresos de las miles de personas que pretendían asesinar un mes después, un genocidio que comenzaría la madrugada del sábado 18 de julio del 36 con el asesinato de miles de canarios en cada una de las islas.

En la reunión entre otros estaban Del Río Ayala, junto a Eufemiano Fuentes y Francisco Rubio, que se encargaron de ir señalando en una pizarra las zonas, los pueblos, los barrios donde iría cada “Brigada del amanecer” para detener a mujeres y hombres vinculados al legítimo gobierno de la República, sindicalistas, afiliados a partidos de la izquierda, alcaldes, concejales, maestros, abogados, cualquiera que tuviera que ver con la defensa de los derechos sociales, con la educación, con las históricas reivindicaciones obreras de un pueblo esclavo, sometido a la explotación de una oligarquía criminal.

La sala estaba repleta y la mayoría fumaba compulsivamente un tabaco tras otro, se les veía en la cara la alegría del inicio de lo que llamaban pomposamente “Santa Cruzada”, un plan de exterminio generalizado en cada rincón de España junto al comienzo de una guerra civil que existiría en Canarias, donde solo hubo represión, asesinatos, torturas, violaciones de mujeres por parte de miembros de organizaciones fascistas.

Sobre las doce de la noche ya tenían organizado casi todo, cada coche, cada camión cedido por los terratenientes agrícolas para recoger a los detenidos, hasta el último detalle, los posibles lugares de evasión donde colocarían a sus esbirros armados hasta los dientes, un plan siniestro que se había organizado en las haciendas de los terratenientes, en las parroquias e iglesias, donde los curas habían revelado secretos de confesión sobre las ideologías de los que iban a ser masacrados.

Los tres dirigentes concluyeron con una arenga a los presentes exaltando la “gran misión” por la unidad de España, por Dios y por la patria:

-No tener sentimientos ni dudas en estos momentos en que la historia nos llama a estar presentes y alzados, hay que matar y generar el máximo dolor a esta escoria marxista y separatista, a estos masones, ateos y a sus familias, tienen carta blanca para usar a sus mujeres y a sus hijos como consideren, entre más sufrimiento mucho mejor- dijo Rubio Guerra con una voz ronca y medio borracha que inundaba la sala, iba vestido de azul y varias medallas con yugos y flechas en su pecho.

Al termino de la multitudinaria reunión muchos de los fascistas se fueron a las casas de putas de Arenales, otros acabaron en los bares de La Isleta hasta altas horas de la madrugada, creando disturbios en las calles, agrediendo a obreros y quemando el escaso mobiliario urbano.

Todos sabían que en la otra esquina del verano esperaba la muerte y el crimen, un pueblo desarmado, sin posibilidad de defenderse, de enfrentarse al premeditado golpe de estado, esa noche se oían los gritos de los falanges intoxicados de alcohol en las calles, hasta las prostitutas les temían por su extrema violencia y sadismo, en algunas casas las madres se acostaron con sus hijas, durmieron abrazadas hasta que la claridad se incrustó en el crepúsculo del sueño.

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Milicias falangistas desfilando en Las Palmas de Gran Canaria (1936)

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