viernes, 17 de noviembre de 2017

A cada noche y amanecer

Santiago Ramírez le enseñó el pasaporte cubano a los guardias civiles que vinieron a detenerlo, el sargento Rubiales miró detenidamente el documento de identidad, se tocaba la barbilla, tras un silencio interminable ordenó que lo ataran, la gente de Valsequillo estaba en la calle a esa hora de la mañana y no entendían porque se llevaban al panadero, un hombre que fiaba a sus clientes más necesitados, que regalaba el pan a quien no tenía medios para pagarlo.

Lo metieron en el asiento de atrás del coche negro de los Melianes, al fondo iba una mujer con el vestido roto y el cuerpo repleto de magulladuras, la cabeza agachada, ni siquiera levantó la vista, a su lado un falangista, Antonio Martinón, vecino de La Herradura, que parecía muy borracho, apuntándole con una pistola en el cuello y acariciando el muslo derecho de la chica:

-Entra maricón que vas a estar en buena compañía- dijo mientras golpeaba a Ramírez con el arma en la boca.

La sangre brotó y varios dientes rotos cayeron al suelo entre las risas de Juaneco Morales, chófer de los caciques del sureste, una risa frenética que no sabía parar, que sonaba a psicopatía crónica, haciéndose el silencio en el momento en que se adentraron por el camino de tierra hacia Telde, en el asiento delantero miraba para atrás en todo momento muy sonriente un teniente de la guardia civil, el sevillano Francisco Callejón, que no se había quitado el tricornio dentro del auto, reflejándose el sol en el oscuro gorro policial:

-¿Qué mas van a hacerme hijos de puta cobardes?- dijo la muchacha sin levantar la vista, recibiendo un golpe en la cabeza del falangista con la pistola que le abrió una profunda brecha, Santiago la miraba con los ojos hinchados en sangre y rabia.

Celia Guzmán, maestra en San Mateo, comenzó a chillar y a revolverse intentando soltarse las sogas de pitera de sus muñecas atadas a la espalda, en ese instante, sin que nadie lo esperara, Santiago se lanzó violentamente contra el chófer y le mordió en el cuello sin soltarlo, los fascistas comenzaron a golpearlo y Juaneco gritaba de dolor, el falangista Martinón intentó dispararle en el pecho y recibió un fuerte rodillazo en la cara que le partió el tabique nasal, el vehículo iba haciendo eses y el panadero apretó su presa en la yugular del fascista que soltó el volante desesperado, despeñándose el coche fuera de la carretera, volcando y dando varias vueltas de campana a la altura de Caserones.

El auto de los caciques quedó con las ruedas hacia el cielo entre el humo y el olor a carburante, Santiago abrió los ojos y estaba sobre los dos fascistas que iban delante, ambos estaban muertos sobre un gran charco de sangre, la cabezas destrozadas, en el asiento de atrás Martinón todavía respiraba, el panadero movió sus brazos y pudo soltarse, clavando el cuchillo del teniente en el ojo del falangista.

La chica estaba fuera del coche inconsciente, el muchacho le soltó las cuerdas y le puso agua en la cara, dándole un leve masaje cardíaco hasta que abrió sus ojos verdes:

-¿Dónde estamos, dónde estamos, van a violarme de nuevo?- dijo.

-Maté a estos perros fascistas camarada- dijo Santiago mientras la ayudaba a levantarse.

-Tenemos que salir rápido de aquí, desde que los extrañen en Telde vendrán a buscarlos, corremos mucho peligro-

Los dos se adentraron en el profundo bosque de acebuches del barranco de Tecén, caminando sin parar hasta que llegó la noche, descansando en un alpendre abandonado:

-Esto será duro, nos van buscar por toda la isla, tenemos que estar dispuestos a todo- dijo Celia, mientras se curaba las heridas de las piernas con unas hierbas que había recogido junto a los troncos de la subespecie canaria del olivo.

En unas horas los dos dormían bajo un manto de estrellas incalculables, el infinito parecía ampararles en aquella huida sin retorno, no se escuchaba nada en el barranco más que los cantos de las lechuzas y los búhos chicos, que parecían entonar una sonata por la libertad, asustados de aquella extraña compañía en la tranquilidad de aquel espacio mágico.

Celia hablaba en sueños, despertó a Santiago, decía algo sobre la importancia del álgebra, los pisos de vegetación de la Macaronesia, la inteligencia de los delfines. El panadero se quedó un instante oyendola maravillado, mirándola, tenía voz de niña, un rostro tan dulce que no entendía como cualquier ser humano podía ni siquiera plantearse hacerle daño.

Antes de salir el sol la despertó y comenzaron de nuevo el interminable periplo, bebieron agua muy fría en unas cascadas cerca del barranco de Los Cernícalos, comieron manzanas, se asearon y no pararon de avanzar entre la vegetación durante todo el día, trataban de borrar sus huellas con ramas, a veces iban y venían por el mismo sendero tratando de confundir a cualquier perseguidor, subían y bajaban montañas, se apostaban sobre cualquier roque vigilando las evoluciones de las brigadas de fascistas.

Así estuvieron dos meses hasta lograr salir en barco hacia La Habana desde la costa de Maspalomas, gracias a la amistad de Santiago con los pescadores de Mogán, con quienes hacía tiempo hacía intercambio de pan por pescado salado.

Vieron perderse la isla de Gran Canaria en el horizonte del inmenso Atlántico, Celia se tocaba la barriga, estaba embarazada por las violaciones que sufrió la semana que estuvo retenida en una de las haciendas del Conde de la Vega, no sabía quién era el padre, podía ser cualquiera de los siete fascistas que la vejaron y violaron, decidió tener el bebé, Santiago y ella nunca se separaron, en Ciego de Ávila nació Secundino y el amor eterno.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Cascada en el barranco de Los Cernícalos (Telde)

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