sábado, 7 de octubre de 2017

Un caballo para el abismo

El que picaba la coca era el comisario Sánchez Barrientos, el alcalde y los tres diputados miraban admirados el estilo casi artesanal del viejo policía:

-Son muchos años de incautaciones a pie de calle señores, desde aquellos felices 70-80 cuando empezamos a meter la heroína en los barrios obreros de Vascongadas, Cataluña, Galicia, Canarias..., allí donde hubiera cualquier movimiento de jóvenes subversivos, en pocos meses los convertimos en zombis, la consolidación de la Santa Cruzada- dijo el gallego sin dejar de picar el polvo colombiano, la mirada profunda y un pin con la bandera franquista en la solapa de la chaqueta.

El encuentro en el chalecito de las afueras de Medina del Campo del guardia retirado con sus antiguos colegas era para rememorar “los buenos tiempos”, la esposa de Barrientos tenía preparado todo con sus criadas, botellas de ginebra, whisky, ron reserva y abundante comida, sobre todo el asado de un jabalí de más de setenta kilos cazado el día anterior.

Todos eran mayores de sesenta, hacía unos cuantos años que no se veían, desde aquellas reuniones interminables con narcotraficantes “amigos” en la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, organizando la intoxicación de los movimientos sociales:

-Se hace necesario reconocer el buen trabajo de este gran patriota, de nuestro comisario por el bien de España y nuestro inmortal Caudillo Francisco Franco Bahamonde- exclamó en una arenga interminable el viejo alcalde con un jersey celeste atado al cuello, mientras se tomaba otro gin tonic y la tercera raya.

Todos prorrumpieron en aplausos y vítores hacia un Barrientos que en pie hacía reverencias y levantaba el brazo haciendo el saludo nazi:

-Queridos amigos, excelencias, me vienen a la mente los años destinado en la comisaría de la Plaza de la Feria en Las Palmas, cuando llegaban los faldos de “caballo” y comenzaba el reparto, no fue fácil llegar a los camellos, les entregamos mucho dinero, flejes de billetes de mil pesetas, empezamos por el barrio de El Risco de San Nicolás, para seguir extendiendo la intoxicación colectiva por San José, San Juan, San Roque, La Isleta, Guanarteme, Rehoyas, Polvorín, Schamann, La Paterna, Tamaraceite, Jinámar..., tantos lugares donde en unos meses teníamos la cosa controlada, en menos de dos años ya casi no quedaban movimientos organizados, muchos de esos jóvenes solo pensaban en buscarse la siguiente dosis recurriendo a lo que fuera: robar, prostituirse, darnos chivatazos. Esta gran obra por el bien de la patria hay que agradecérsela a todos los cuerpos de seguridad, a tanta gente de bien, al heroico ejército que colaboró con los narcos para facilitar la entrada de los barcos cargados de droga en las islas, en cada rincón de este nuevo reino reconstruido y puesto en funcionamiento por nuestro Generalísimo para la construcción de una nueva España- dijo tosiendo, casi llorando, el viejo fascista, entre la algarabía de sus contertulios, la borrachera colectiva y los efectos estimulantes del abundante polvo estupefaciente con alto grado de pureza.

-Caballeros por La Legión, por la Guardia Civil, por nuestro imperio sacrosanto, por la infinita misericordia de nuestro señor Jesucristo, ¡Arriba España! ¡Viva el Rey!- gritó uno de los diputados del partido del gobierno español aquel crítico 2016, con todo tipo de escándalos de corrupción política, de saqueo generalizado de las arcas públicas.

El viejo y laureado policía llevaba sus medallas al pecho, cruces con camellos de las guerras de África, órdenes al honor y al merito, se volvió a levantar y mandó callar al resto con un grito:

-El sitio donde más problemas tuvimos fue en Vascongadas, allí estaban muy organizados los hijos de puta y había una banda armada, tuvimos que andar con pies de plomo e introducir a nuestros hombres en muchas de las organizaciones, nunca les perdonamos que hubieran volado por los aires a nuestro insigne general don Luis Carrero Blanco, por eso no tuvimos tregua, hasta conseguir en parte nuestro objetivo, pero no del todo porque no se dejaron anular, siempre quedaron algunos que seguían jodiendo y movilizándose- finalizó el policía fascista, pero ya aquello no parecía una reunión, más bien un grupo de degenerados que pedían tomar los coches y marchar a la casa de putas del hotel de Pitita Fuentes.

Las criadas recogieron la mesa cuando ya no quedaba en la casa sino la mujer de Barrientos encerrada en la habitación, no dormían juntos hacía muchos años, vasos rotos, botellas vacías, carne asada esparcida por los suelos, polvo blanco en la mesa, varios billetes de cincuenta euros utilizados para esnifar.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Ilustración de Miguel Brieva (Revista Cáñamo) 

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