jueves, 5 de octubre de 2017

La calle mojada

Eran casi las nueve de la noche y la puerta de la casa del falangista conocido como el “cojo Acosta” estaba semi abierta, justo en la cuesta, en un lateral de la Carretera General de Tamaraceite, aparcaron dos coches, uno negro y muy grande y otro gris oscuro más pequeño con cinco hombres en su interior, se bajaron sigilosamente, miraron alrededor, no había nadie, solo subía un señor mayor encorvado, con un perro podenco joven, que venía de entrenarlo en los estanques de San Lorenzo.

Entraron muy rápido en la casa y la madre del cojo había preparado una mesa con queso duro de flor de Guía, carne de cochino frita, tomates aliñados con aceite y vinagre, dos conejos asados, varias botellas de ron de El Charco, tres de vino de El Monte Lentiscal y una caja de puros habanos.

Tomaron asiento en los sillones y sillas dispuestas casi en circulo con una pequeña mesa de madera noble en medio, hacía rato que había llegado el fascista Bravo y los guardias Santos y Pernía, se saludaron efusivamente y tras varios ¡Arriba España! ¡Viva Franco! comenzaron la reunión:

-Traigo una lista con más de cien nombres, la mayoría son del municipio de San Lorenzo, aunque ayer en Arucas elaboramos otra de seiscientos rojos y masones- dijo el joven terrateniente del municipio de Firgas apellidado Rubio Guerra.

Los hombres aplaudieron embriagados por el ron entre vitores, el vino, la carne y el queso picante, los de Tamaraceite aportaron más nombres, entre ellos el del alcalde comunista Juan Santana Vega, el secretario municipal Antonio Ramírez Graña, el jefe de la policía Manuel Hernández Toledo y los sindicalistas de la Federación Obrera y del Frente Popular Matías López Morales y Francisco González Santana, junto a una lista inmensa donde estaban entre otros muchos Juan Tejera Pérez, Alejandro Araúz Rada, Salvador Cedrés Díaz, Rafael Díaz Matos, Juan Manuel Dieppa Delgado, Antonio González Mendoza, Francisco Hernández Pulido, Francisco Martín González, Carlos Mortes Rufino, Elías Ángel Pérez Baeza, Saturnino Rivero Díaz, Agustín León Torres y otros más.

Junto a cada nombre había breves referencias sobre su militancia, profesión o si ocupaban algún cargo en sindicatos, gremios, logias, partidos de izquierda o instituciones públicas, además de una pequeña nota sobre si serían fusilados con consejo de guerra sumarísimo o asesinados de forma clandestina y desaparecidos, casi todos tenían una referencia con palabras en clave sobre el lugar de la posible desaparición: Simas como la de Jinámar y otros agujeros volcánicos en Bandama, Los Giles, Santa Brigida, La Atalaya, etc., pozos como los de Arucas, Tenoya, Tamaraceite, San Lorenzo, El Román, Guayadeque, Guanarteme, Azuaje, Los Cernícalos, Barranco Hondo, Don Zoilo, Guayedra, El Risco, Sardina del Norte, Las Huesas y otros siniestros puntos de la premeditada organización del genocidio:

-Joder nos vamos a hinchar a matar a estos hijos de puta desde el sábado 18 de julio- exclamó ya muy borracho el joven teniente de la Guardia Civil y cacique agrícola Julián Barber.

El resto del tiempo lo dedicaron a la aportación de más nombres, las listas eran pasadas en una máquina de escribir por el funcionario de correos, Borja Bravo de Laguna, vecino de Tafira en Las Palmas, cada papel se lo repartían entre los miembros de la reunión hasta que comenzaron los habanos y las risas por la borrachera, la madre del “cojo Acosta” trajo más ron, ya no le quedaba vino y siguieron dando nombres, incluso de las mujeres y novias que don Pedro Viana, el cura del pueblo había desvelado de los secretos de confesión, los que iba anotando hacía más de un año en una libreta negra:

-Esta Santa Cruzada ya nadie podrá pararla, vamos a darles café a estos perros separatistas y republicanos- dijo casi llorando de emoción y tambaleándose Anastasio Del Río Ayala, antes de salir hacia los coches junto con el resto de hombres.

Eran casi las dos de la madrugada y en Tamaraceite la calle estaba mojada, caía una fina lluvia de abril, se escuchaba el llanto débil de un bebé en una casa subiendo hacia La Montañeta, su madre miraba en silencio con miedo y pena tras la vidriera arropada por la oscuridad.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

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