martes, 24 de octubre de 2017

El hombre de barro

La madrugada se enredaba con sus fragancias por el camino viejo de San Lorenzo, a esas horas tempranas parecía como si el tiempo estuviera estancado, los minutos pasaban mucho mas lentos en el mítico deambular de Santiago Cubas Tejera hacia ninguna parte, solo tratando de no ser también detenido como el resto de sus compañeros de Tamaraceite.

Los estanques formaban toda una red lagos artificiales con una estructura de cantoneras, acequias, tuberías, bombas de agua, que conformaban un espacio repleto de vegetación que las aves utilizaban como refugio, además de lugar para depositar sus huevos y criar.

Eso lo aprovechaba el fugitivo de los fascistas para rectar como una serpiente sin hacer ruido, había aprendido a escurrirse sin que se moviera una rama, de repente se encontraba con un nido de fochas comunes y los poyuelos se le quedaban mirando, no reaccionaban, parecían conocerlo y que solidariamente no piaran para evitar delatarlo de la búsqueda de la turba asesina.

Santiago sabía que estaban matando en toda la isla, lo escuchaba desde sus silencios entre la maleza en las conversaciones de los caminantes, la gente hablaba en muy baja voz, casi un susurro:

-Anoche se llevaron a 30 de La Montañeta, vino el camión de los betancores con quince falangistas, a sus esposas les dicen que no saben donde están, que los llevaron al centro de detención y tortura de la calle Luis Antúnez, que allí estuvieron varios días y que los soltaron un día indeterminado- dijo una pareja de ancianos que se desplazaba andando a la misa San Lorenzo un domingo a las seis de la mañana.

La vida de Cubas era monótona, ya se sentía un animal más en las charcas de barro construidas por niños esclavos en el siglo XVII, conocía cada rincón, la fisonomía del terreno, cada refugio, hasta debajo de la tierra solía meterse en los momentos duros en las tuberías interminables, toda una red, un laberinto que cualquier persona hubiera sido incapaz de sobrevivir y encontrar la salida, dentro se encontraba con lagartos canariones, los más grandes, que también lo miraban a los ojos que le brillaban, se quedaban quietos, a veces les acariciaba el lomo y los reptiles se quedaban quietos, como que le gustaban las caricias del hombre de barro.

Tenía todo el cuerpo cubierto de la arcilla expansiva que le servía para que la treintena de pequeños embalses no se vaciaran del agua de la lluvia que venía de las montañas, eso lo camuflaba y podía estar quieto sobre una ladera y los falangistas no lo detectaran, era parte del paisaje, casi imposible de identificar, a pesar de que los sediciosos sabían que andaba por el antiguo valle de Atamarazayt.

Aprendió a dormir dos o tres horas cada día, de noche salía a recorrer el paraje, le encantaba ver jugar a los conejos, en el lugar que elegían para retozar, defecar, hacer el amor, saltar con el rabo entre las patas, Santiago se reía en silencio a pocos metros de aquellos animales tan graciosos que ya también lo conocían y no se asustaban de su presencia.

En invierno se alegraba con la llegada de las aves migratorias que venían del norte de Europa, las garzas reales majestuosas, la garcetas, algún martín pescador, el ánade rabudo, el pato cuchara, la cerceta común, el ánade real, el porrón moñudo, la cerceta pardilla, el tarro canelo, el zampullín cuellinegro..., todas iban apareciendo desde el cielo a principios de noviembre con las primeras lluvias, menos las nidificantes que vivían con Santiago en la pequeña selva de juncos, tarajales, acebuches, guaydiles, palmeras canarias…

El hombre de barro un día desapareció, nadie lo volvió a ver, aunque hay gente que dice que a veces 80 años después lo sienten escurrirse entre la maleza, incluso zambullirse hasta el fondo de la única charca que queda con agua en un paisaje desolado, repleto de basura, destrozado, deseado por la mafia de la construcción, por sus políticos amaestrados con los mismos apellidos de los asesinos franquistas, expertos en robar y tramitar licencias ilícitas de urbanización a cambio de sobres y maletines.

Cuando se visita la zona se percibe su presencia, parece que te mira tierno desde su invisibilidad, como si aún buscara el mundo nuevo desde la resistencia inmortal.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Espacio natural de los Estanques de barro de San Lorenzo (Gran Canaria)

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