lunes, 16 de octubre de 2017

El delirio y la rabia

Nicanor Falcón, cuando se emborrachaba se iba a la casa de Claudio Rivero uno de los asesinos de su padre, tambaleándose subía el callejón del laberinto intrincado del barrio de San José hasta llegar a la vivienda de dos plantas donde vivía el fascista, desde la calle profería gritos e insultos:

-Cabrón, hijo de puta, asesino, mataste a mi padre, me quitaste  lo que más quería criminal-

Dentro Rivero se reviraba desalado, se le ponía la cara muy roja, las venas del cuello muy hinchadas, se asomaba por una rendija de la ventana y lo veía con el puño en alto, lanzándole todo tipo de improperios.

El guardia civil retirado le tenía miedo, le venían a la mente los cientos de asesinatos de republicanos donde había participado, el cuerpo destruido por la bebida de Nicanor se le parecía al de su padre, los mismos ojos, la misma voz rota, el mismo color moreno de su piel, el mismo rostro que vio en el momento de empujarlo de espaldas al agujero volcánico la Sima de Jinámar.

Le parecía que uno de los muertos venía a buscarlo a su casa como un fantasma del pasado, en su vejez prematura por el cáncer linfático se ponía muy mal al escuchar los gritos del borracho, del hombre alcoholizado que cada vez que bebía no fallaba en la puerta de su vivienda.

Siempre agarraba el teléfono y llamaba a la Policía Nacional de la Plaza de La Feria:

-Está aquí de nuevo este hijo de puta, vengan ya para inflarlo a hostias- decía.

Al momento se presentaba un jeep con varios grises dentro, tomaban de forma violenta de los brazos a Nicanor y si se resistía le metían un rodillazo en la columna vertebral, lo introducían en el vehículo y se lo llevaban a la comisaría junto al Gobierno Civil.

Desde la ventana Claudio Rivero miraba toda la operación, no se atrevía a salir y siempre uno de los policías al mando, sonriente desde la ventana del vehículo le levantada el dedo gordo en señal de misión cumplida.

El fascista se iba directo al cajón de las medicinas y se tomaba varios ansiolíticos, se tumbaba en el sillón y notaba como le temblaban las manos y las piernas, no entendía ese miedo, la enfermedad lo machacaba, recordaba aquel día en que la mujer de uno de los que había asesinado, le dijo roja de ira, en el mercadillo de los domingos de Vegueta:

-Te maldigo perro asqueroso, te deseo que mueras ahogado en sangre, que el dolor sea tan fuerte que no puedas vivir tranquilo los años que te quedan-

En la Plaza de la Feria sacaban siempre a golpes del todoterreno a Nicanor, lo llevaban a una de las celdas y allí le esperaba la tortura, algunas veces golpes en todo su cuerpo con una toalla mojada, otras le hacían “El submarino”, metiendo su cabeza envuelta en una bolsa de plástico en una bañera de orines y excrementos, alguna vez, las menos, corriente eléctrica en sus genitales colgado por las piernas.

La borrachera se le cortaba y en la mañana lo dejaban marcharse, lo primero que hacía era dirigirse a la churrería “La Madrileña” en la trasera de Bravo Murillo, pedir un café solo y dos churros, allí se pasaba más de una hora pensando, meditando, rumiando todo ese dolor que le había destrozado su vida.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Dibujo de Castelao (No entierran hombres, entierran semillas)

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