miércoles, 27 de septiembre de 2017

La salada ausencia

En el viejo correillo que había salido de Arrecife al atardecer viajaban veinte hombres detenidos en varios municipios de la isla, la mayoría de Haría y Teguise y un graciosero apellidado Pineda, en las bodegas el mal olor a pescado podrido y heces secas inundaba un aire casi imposible de respirar, unido a la casi nula capacidad de movimiento al llevar las manos atadas fuertemente a la espalda.

Arriba se escuchaban los cantos de los falangistas y guardias civiles que habían organizado un tenderete junto a parte de la tripulación del barco, sonaba un timple y varias guitarras y Manuel Guadalupe miraba fijamente a sus compañeros, ninguno hablaba, se conocían bien de las reuniones sindicales de los gremios, de la Federación Obrera y de los encuentros con la CNT para coordinar huelgas agrarias.

En la fiesta fascista se empezaron a escuchar gritos de exaltación patria e insultos a la legítima República, a la Reforma Agraria, al  voto femenino, a que los hijos de los obreros pudieran estudiar en las escuelas laicas alejadas de la influencia medieval de la Iglesia Católica:

-Vendrán a por nosotros, están muy borrachos- dijo Santiago Cazorla, empleado de Correos en Tinajo, con una cara de preocupación que contagió al resto de compañeros.

En unas horas se abrió la compuerta superior y comenzaron a bajar los falanges con las pistolas al cinto, algunos con las pingas de buey en las manos:

-Vamos parriba pa que cojan fresco hijos de puta- grito Sebastián Soria uno de los jefes de centuria con una botella de ron de caña en la mano.

Los fascistas se abalanzaron sobre los hombres indefensos y comenzaron a golpearlos: culatazos, patadas, puñetazos y el efecto sangriento del látigo que rasgaba las carnes y cortaba como un machete afilado.

Los gritos eran terribles pero el potente viento, el mar de fondo, las olas gigantes que movían la embarcación parecían aplacar el sonido de aquel infierno.

Al rato tras la brutal paliza comenzaron a subir a los detenidos a cubierta, algunos inconscientes por los golpes en la cabeza:

-¿No tenemos que llevarlos al campo de concentración de Las Palmas?- dijo el teniente Pallarés de la guardia civil, tirarlos por la borda nos puede dar problemas.

A lo que los demás fascistas contestaron con risas y carcajadas:

-Menos trabajo tendremos y nos ahorraremos la comida y el agua- comentó Gregorio Ferreira, sargento gallego de la policía municipal de San Bartolomé.

Agarraron entre dos a un muchacho muy joven y flaco, de no más de veinte años, era Carlos Ramírez, anarquista de la zona de Tías, el chico casi no se resistió no podía, tenía el cuerpo magullado, repleto de heridas por los latigazos. Lo levantaron en volandas y lo lanzaron al mar.

Luego el grupo de asesinos se entretuvo unos segundos mirando como intentaba evitar hundirse entre las olas gigantes, hasta que desapareció devorado por el bravo Atlántico:

-Coño que rápido se hundió este cabrón, esto así no tiene gracia, hay que soltarlos pa que naden un rato y así divertirnos- dijo riendo Ernesto Chacón cacique del vino del norte de la isla.

En un instante fueron soltándonos uno a uno y lanzándolos por la proa, deteniéndose para ver la escasa resistencia de los hombres a desaparecer en las profundidades, así hasta que no quedó ni uno y los veinte fueron asesinados en un punto inexacto entre Fuerteventura y Lanzarote.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Imagen del documental "El botón de nacar" de Patricio Guzmán (Chile)

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