martes, 12 de septiembre de 2017

Inocencia trémula

Entre la cabras y ovejas Gustavo Luján se encontraba a gusto, recorría las montañas de La Aldea de San Nicolás y Artenara en verano y bajaba a las medianías de la isla en invierto, se adentraba en los barrancos verdes por la abundante lluvia de Teror, Arucas, Firgas, Moya, Tamaraceite, San Lorenzo y pasaba la noche en cualquier cueva, bebía el agua de los manantiales y para alimentarse le bastaba con el gofio y la leche escaldada o el queso, que el mismo preparaba cuando encontraba el lugar adecuado.

Su vida era contemplativa y no sabía nada de lo que estaba sucediendo en aquellos años tras el golpe de estado del 36, se encontraba hombres demacrados por aquellos remotos parajes, hombres que huían desesperados, otros que los perseguían uniformados con tricornios o ropas azules armados hasta los dientes.

Le preguntaban por donde habían ido los perseguidos y el trataba de no dar información o les mentía y les daba pistas falsas, le molestaba que maltrataran, que asesinaran, se encontraba cuerpos colgados en los riscos que recorría con su garrote de salto, cuerpos hecho trizas que eran arrojados por aquellos seres del mal al vacío de los acantilados, a la profundidad de cualquier agujero volcánico.

Una tarde un grupo de falanges encabezado por el teldense Esteban Santana lo retuvieron, lo interrogaron, lo golpearon sin venir a cuento, el les decía que no sabía nada, que no estaba metido en nada, que su vida era el ganado, que hacía años que no se acercaba a ningún pueblo, pero lo zarandearon, le preguntaban por los grupos de evadidos que surcaban las montañas escapando de la muerte, el no sabía, no podía informarles, se los cruzaba en los caminos perdidos de la isla de Gran Canaria, algunos lo saludaban y le pedían agua o comida, el nunca se negaba ¿Cómo se le puede negar el agua o algo de comer a cualquier cristiano? pensaba, pero eso le costó aquel momento terrible, cuando el jefe falangista ordenó que mataran las cabras y ovejas, que las acribillaran a balazos, el corría tratando de evitar la masacre ante las risas de los fascistas, pero no quedó sino una pequeña baifa (1) vivo que balaba llamando a su madre.

El pastor lo acurrucó en sus brazos entre llantos desesperados y trato de correr hacia el profundo barranco, pero el falangista Santiago Peláez le disparó en una pierna con el máuser, Esteban cayó rodando por una ladera repleta de cardones en el barranco de Chanica, cerca de La Milagrosa en el municipio de San Lorenzo:

-Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada- gritaba mientras los falanges lo rodeaban y el policía Juan Santo le pisaba la cabeza contra el suelo y no podía respirar.

La sangre brotaba a borbotones de su muslo derecho, la hemorragia no se cortaba:

-Yo solo quiero a mis cabras, a mis ovejas que me las mataron hijos de puta, me han arruinado mi vida-

El teniente de la guardia civil zaragozano Antonio Ferreiro le puso una pistola en la sien, el pastor no le quitó la vista, hasta que el miembro de la benemérita apretó el gatillo y le destrozó la cabeza.

La baifita corrió desesperado hacia su madre muerta, se aferró a su teta ya seca, comenzó un intento desesperado por extraer la leche calentita que lo mantenía en la vida.

(1) Baifa; cría de la cabra en lengua aborígen canaria.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Cabrero con lanza (Foto de Talio Noda)

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