jueves, 14 de septiembre de 2017

Amargo abismo

Recorriendo el puente en plena madrugada Carlos Araña miraba al vacío con la notificación del juzgado en el bolsillo trasero de los vaqueros, abajo se veían pequeñas luces de las viviendas del barranco de Tenoya, parecían pequeñas hogueras que tintineaban con el polvo africano en suspensión, no se le quitaba de la mente el rostro de los chiquillos, imaginó que dormían en la misma cama serenos, soñando con juegos y fantasías infantiles indefinibles:

-Alquilar esa casa en el Lomo de los Frailes fue un error- pensaba –Sabía que este asesino iba a engañarme, lo sabía, pero uno siempre vuelve a equivocarse, siempre supe quien era su padre, como masacró y desapareció a decenas de vecinos de Tamaraceite desde el golpe de estado del 36-

Desde un principio Carlos recordaba que el usurero pasaba por su hogar, sobre todo cuando el joven estaba trabajando y se le insinuaba a su mujer, tocaba el timbre a cualquier hora, incluso avanzada la noche para revisar con cualquier excusa los contadores del agua o de la luz, hasta les prohibió utilizar un patio trasero para que los niños jugaran, alegando que podían deteriorar cuatro plantas medio secas en unos macetones viejos y medio rotos.

Se detuvo un instante mirando al abismo, “ya no había nada que perder” sonaba en su cabeza una y otra vez, las voces que empezó a escuchar desde la mañana que llegó la citación judicial con la denuncia del propietario, el policía judicial lo trató muy mal, lo miró como si fuera un delincuente, cuando lo único que había sucedido es que se había quedado en paro, que no pudo pagar ocho alquileres, pendiente de la ayuda del Servicio Municipal de Vivienda que se eternizaba en el tiempo y le ponían todo tipo de trabas.

Las voces le hablaban de que lo mejor era desaparecer, la caída sería rápida, antes de llegar al suelo solo pasarían unos segundos, luego la nada, el silencio, la oscuridad, no había Dios, no había nada, nada más que la anulación de la deuda, que su mujer podría vivir con su madre, que los niños estarían bien cuidados, que este hijo de puta se quedaría sin su dinero, que no podría seguir presionándolo, esquilmándolo, pidiéndole favores sexuales a su esposa a cambio de la anulación de parte de la deuda.

Recordó las historias de su abuelo sobre el fascista propietario de medio pueblo, Fernando Naranjo, los guardia, Pernía y Santos, el jefe falange conocido como “Cojo Acosta” se dedicaron a ir casa por casa deteniendo mujeres y hombres, llevándoles al centro de detención y tortura de la Carretera General, “el cuartelillo” en los sótanos de la casa consistorial del ayuntamiento de San Lorenzo, donde torturaban a los hombres y violaban a las mujeres.

Carlos Araña se subió a la repisa del puente, los coches tocaban la bocina, incluso pasaron un grupo de jóvenes borrachos en un vehículo tuneado que le gritaron con tono burlón “¡Tírate ya maricona!

Respiró hondo, por un instante sintió una paz que jamás había sentido, se quedó paralizado, miraba al horizonte y se veían las luces del sur de Tenerife, los coches por la autopista a la altura de Güimar.

Parecía que el tiempo se hubiera detenido y un viento fuerte le enredó los pensamientos, la melena y su barba formaban parte del mismo remolino de pelos y sueños, lentamente se bajó de la valla, varios coches estaban detenidos con personas grabando con los móviles el frustrado suicidio, algunos tipos parecían lamentarse de que no se hubiera tirado.

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