martes, 11 de febrero de 2020

Los camiones de la muerte

" (...) Yo me alongaba al muro de la azotea de la calle Faro cada vez que bajaba el camión, los hombres venían unos sobre los otros como sacos de papas con sus ropas manchadas de sangre, casi todos llevaban un tiro en la cabeza y algunos con lo ojos abiertos parecían mirarme desde abajo como si me vieran y quisieran decirme algo.
Los disparos del pelotón de fusilamiento se oían en toda La Isleta, a veces de madrugada, otras en plena tarde, en ese instante se hacía un silencio que daba miedo, los chiquillos no salíamos a jugar, lo teníamos prohibido desde la tarde del golpe de estado del 18 de julio del 36, pero yo me subía a escondidas de la abuela Frasca, ella no me dejaba, pero como chiquillo mataperro que era me las arreglaba pa estar en el borde cuando pasaban los camiones de plátanos cargados de muertos. Había muchas cara conocidas, vecinos del barrio que había visto solo unas semanas antes, también en la Casa del Pueblo entrando y saliendo de las asambleas populares. Me impresionaba mucho verlos amontonados, se veían manos, piernas, cabezas, caras, alpargatas sueltas sin piernas.
Yo no sabía donde los llevaban, luego con los años me enteré que el destino era el cementerio de Vegueta, que allí los enterraban en la fosa común. Nunca olvidaré aquellos rostros de todas las edades, gente buena de nuestro pueblo, aquellos hombres asesinados sin ningún sentido, solo por pensar diferente, los llevo siempre en mi corazón..."

Fragemento de la entrevista realizada a Manuel Toledo Mejías, el 7 de enero de 1991 en la casa de su hija Rosarito, en la calle Inés Chemida del barrio de la Isleta (Las Palmas de Gran Canaria), por Francisco González Tejera.
Imagen: Soldados franquistas frente a los hombres de un pueblo. Los fusilamientos de opositores, algo usual durante la dictadura española. (Foto: Ansa)

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