Entraron como fieras rabiosas en cada población con la consigna emitida por los generales de asesinar primero a los hombres, para luego violar hasta la muerte a las mujeres y a las niñas. Fue un tremendo estropicio pueblo por pueblo, aldea por aldea, la mayor exhibición de odio jamás vista después del genocidio canario-americano.
Jamás pudieron perdonar que todo un pueblo se alzara contra la injusticia, que mayoritariamente hubieran votado una República, una democracia legítima, una nueva forma de sociedad al margen de la opresión de las élites, de una oligarquía que jamás ha podido borrar la sangre de sus manos, de la siniestra Iglesia Católica que controlaba la educación para seguir creando esclavos y siervos.
Cada bala, cada gota de sangre sigue impregnada en las tierras de España, es imposible olvidar y muchos menos perdonar mientras no se haga justicia, mientras no se repare tanto daño, mientras no se exhume cada hueso de las fosas y cunetas, mientras no se señale cada resto del dolor, cada espacio de exterminio, mientras no se juzguen y se nombren en la historia a los criminales, dignificando a los inocentes asesinados tan solo por pensar diferente.
Imagen: Miembros de las milicias de Falange Española se preparan para un desfile en Oviedo. 1937. Florentino López, «Floro». Museo del Pueblo de Asturias |
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