martes, 10 de octubre de 2017

En la otra esquina del verano

Los sicarios de Falange salieron a la calle meses antes del golpe con la violencia a flor de piel, rompiendo manifestaciones obreras, agrediendo a personas que se movilizaban pacíficamente en demanda de sus derechos sociales y laborales, nadie imaginaba que desde la noche del sábado 18 de julio del 36 estarían asesinando a miles de canarios.

La reunión con el gobernador civil Antonio Boix Roig de varias organizaciones revolucionarias solicitando armas para defender al pueblo de los ataques fascistas no funcionó, el alto funcionario de la República justificó su negativa en que no sería necesaria la utilización de la violencia, que los rumores de alzamiento sedicioso eran infundados, que estaba todo muy controlado, que sería imposible cualquier tipo de sublevación militar.

Cuando salieron del breve encuentro la decepción era generalizada entre los asistentes, Antonio Aguiar, responsable de la Federación Obrera y sindicalista aparcero en el noroeste de Gran Canaria fue el primero que habló:

-Este hombre no se entera de lo que está pasando, no ha visto lo que han hecho esos asesinos en las manifestaciones, la crueldad de sus actuaciones contra nuestro pueblo-

El resto de compañeros asintieron con la cabeza, se tomaban unos vasos de agua y varios cafés en un bar junto al Campo España, cuando escucharon los cánticos y vieron pasar al numeroso grupo faccioso por la calle León y Castillo, un aire marcial en el desfile, uniformados y las miradas de odio cuando los vieron en la puerta, encabezaba la marcha el jefe requeté Dionisio Barber Urquijo, que llevaba una bandera azul con el yugo y las flechas, cantaban el “Cara al sol”:

-Estos nos van a matar a todos, tienen armas de los terratenientes y militares traidores- exclamó en voz muy baja Santiago Alcántara abogado canario, colaborador del diputado comunista Eduardo Suárez en la defensa de los derechos de las mujeres tabaqueras.

Los falangistas siguieron hacia la calle Triana, la gente los miraba con miedo, algunas mujeres cerraban las puertas y ventanas a su paso, veían en ese grupo a tipos vinculados a los caciques, encargados de los tomateros de los Betancores,  del Conde o la Marquesa, personajes siniestros que llegaban incluso a golpear a quienes disminuían el ritmo de trabajo en las interminables jornadas laborales de la mañana a la noche por un sueldo ínfimo.

También había algunos niños que portaban banderas con simbología vinculada a la Iglesia Católica, a lo que ellos llamaban la “Santa Cruzada contra la “conspiración judeo-masónica y marxista”, un desfile que metía el miedo en el cuerpo de la gente al ver en el grupo a quienes ejercían y apadrinaban la injusticia, abusando del poder que les daban los conocidos como los “dueños de la isla”, los mismos apellidos del holocausto indígena, los que se repartieron las tierras, los manantiales, los barrancos por donde corría más agua, dejando para el pobre solo la miseria, la esclavitud, la explotación y el hambre.

La comisión de representantes de organizaciones gremiales, partidos de izquierda y sindicatos se despidió con mucha decepción, algunos abrazos, vivas a la República, todos sabían que la muerte esperaba agazapada, que ya sería inevitable el genocidio.

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