domingo, 24 de septiembre de 2017

Era abril y la madrugada

Se tomaron las copas en la casa del brigadista del amanecer Del Río Ayala, conocido entre sus jóvenes amigos de la alta sociedad grancanaria como “Carcoma”, antes de partir hacia el sureste de la isla a buscar republicanos para asesinarlos.

El joven fascista vestido de azul, eufórico ante una nueva noche de crímenes, les sacó a la mesa de piedra del jardín de su mansión queso duro, aceitunas con mojo, pescado salado y un pizco de carne cochino recalentada del almuerzo con papas sancochadas.

Los falangistas y guardias civiles devoraron la comida y se quedaron con ganas de más, se bebieron entre siete hombres cuatro botellas de ron aldeano, subiendo a los vehículos tambaleándose por la borrachera camino de una nueva masacre.

Aquel sábado de abril de 1937 era especial para ellos, los había llamado un día antes el general Dolla para felicitarlos por “tan buen trabajo”, era la “Brigada del amanecer” junto a la de Eufemiano Fuentes que más hombres había asesinado y desaparecido en menos tiempo, “todo un récord” pensaba el joven Ayala:

-¿Y si somos los mejores?- cantaba con el mentón manchado de grasa, entonando un riqui raca, como si estuviera en el Campo España animando a su adorado Marino Fútbol Club.

Partieron en el camión y en un coche negro conducido por el rico empresario José Barber, adentrándose en la oscura carretera de La Laja hacia Telde, Carrizal, Ingenio y Agüimes, donde había hombres y mujeres señalados en las listas negras, las que habían recogido horas antes en la sede de Falange en la calle Albareda de La Isleta.

Iban cantando el "Cara al sol" en el lujoso auto haciendo eses y hablando de lo que harían tras cometer los asesinatos:

-Después de matar a estos hijos de puta vamos a follarnos a sus mujeres- dijo Enrique Martin-Mönkemöller, jefecillo falangista de la zona colonial, vecino del extremo norte del barrio de Vegueta.

Entraron en Telde y fueron directos a una casa en las afueras del barrio de San Juan, cerca de las cuevas de Tara, bajaron a toda velocidad de los vehículos y rodearon la pequeña vivienda con los fusiles Máuser y las pistolas Astra 400, golpearon con mucha fuerza y dentro se escucharon llantos de varios niños pequeños:

-Sale pa fuera hijo la gran puta venimos a buscarte Carlos Martel- gritaba el sargento Rubiales, gallego y apodado “Pichón” por su afición a la caza de palomas.

El llanto de los niños no fue obstáculo para que derribaran la puerta a patadas y entraran salvajemente dando culatazos a la esposa, a la abuela, a lo hijos del sindicalista de la Federación Obrera, registrando hasta el último rincón de la humilde vivienda, hasta descubrir que Carlos no estaba:

-Traigan a esta puta que vamos a darle por culo hasta que diga donde está el maricón de su marido- dijo Ayala desabrochándose los botones del pantalón.

La mujer, llamada Fefita Santana, costurera y muy joven, gritaba y lloraba “que no sabía nada”, “que no sabía donde estaba su esposo”, “que llevaba días fuera de casa”, pero los falanges y guardias civiles la agarraron y delante de sus hijos fueron pasando en fila de a uno para violarla.

Afuera los vecinos asustados veían el camión tras las rejillas, con las puertas abiertas y el coche negro con el motor al ralentí, un ruido que se hacía inaudible por los gritos de la mujer, los llantos de los chiquillos, los alaridos, casi aullidos, de la abuela Chanita, las carcajadas de los fascistas, la repentina detonación de un disparo, el brutal silencio que detuvo el viento entre los invernaderos, apenas el comienzo de la madrugada.

http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es

Pintura de Carlos Alonso (Argentina)

No hay comentarios:

Publicar un comentario