sábado, 18 de noviembre de 2017

En la brisa estaba el perfume y la esencia de mujer

-¿Pero dónde van a llevarnos Dios mío- dijo Alicia Trujillo, cuando el coche negro comenzó la subida por una carretera de tierra muy empinada cerca del barranco de Ansite.

En el coche negro del Conde iban dos falangistas delante y tres mujeres en el sillón de atrás, las traían del centro de detención de la calle Luis Antúnez donde apenas las tocaron:

-Resérvalas para la taifa de esta noche Rodríguez, habrá una buena fiesta en casa de La Sorrueda- dijo Sebastián Samsó, el capitán fascista que supervisaba las torturas junto a los jefes de Falange en este lugar para el horror.

Llegaron a una pequeña mansión de estilo colonial, rodeada de palmeras y eucaliptos gigantescos que casi no dejaban pasar la luz, en la puerta de la casa estaban varios falangistas con armas en la mano haciendo guardia, dentro se escuchaban los llantos de otras mujeres también cautivas:

-Llévenlas a bañarse a estas guarras que apestan a becerra, dales jabón Paco Araña- exclamó entre carcajadas y muy borracho el jefe de centuria del sur de la isla de Gran Canaria, Borja del Lugo, mientras empujaba a las mujeres cuando las sacaron del coche.

-Están buenas las muy putas, esta noche sabrán lo que son pollas nacionales- dijo el jefe requeté Alberto Luis Rosales, que no dejaba de mirar el pecho de Alicia, todo su joven cuerpo, que se transparentaba tras el camisón corto que le habían puesto en el centro de tortura.

Ya dentro había varias bañeras y dos mujeres mayores que parecían criadas de la nobleza por el uniforme:

-Mis hijas hagan caso de todo, no se rebelen porque puede ser mucho peor, hagan lo que digan los señores o las matan- dijo las más alta de las dos, muy morena, el pelo blanco recogido, con un acento que no era canario, más bien parecía portugués.

Las tres chicas, Alicia Trujillo, Rosa Luisa Bordón y Carolina Hernández se dejaron echar el agua por encima, luego le lavaron el pelo con un champú muy suave, para después impregnar su piel de un perfume que jamás habían olido, era como la fragancia de las mujeres de los terratenientes que habían visto alguna vez comprando en Santa Lucía o Tunte.

Tras obligarla a ponerse varios vestidos de colores rojos y verdes las metieron en una habitación muy pequeña, solo cinco sillas y un sillón viejo muy deteriorado, allí estuvieron varias horas hasta que se hizo la noche:

-¿Qué hacemos chiquillas, qué hacemos, nos van a hacer mucho daño estos fascistas? Dijo Carolina, que solo conocía a Rosa de las reuniones en la Sociedad Sindical de las aparceras en el almacén del Castillo del Romeral.

Afuera se escuchaba la llegada de muchos coches, la algarabía, voces de hombres, risas, bromas, burlas, llegando a la habitación el olor del ron de caña que trajeron esa misma tarde en varios barriles desde Arucas, también habían sacrificado a varios cerdos y una cabra para asarlos durante la juerga que estaba a punto de comenzar.

Se abrió la puerta y aparecieron varios falangistas muy jóvenes con armas al cinto, les ataron las manos a la espalda y las sacaron a empujones al patio de la mansión, Alicia vio a unas quince mujeres más, todas vestidas con trajes cortos de colores, muy pintadas y también amarradas.

Las subieron a una tarima de madera entre los gritos y silbidos de los fascistas, Carolina identificó a varios de los caciques más importantes de la isla, media familia del Conde, el tabaquero Fuentes, los hijos de los Melianes, varios de los hermanos Betancor, entre otros miembros de la oligarquía isleña, que brindaban con vasos de ron y vino por la “Santa Cruzada”, entre arengas facciosas y gritos de ¡Arriba España!.

Las chicas estuvieron expuestas casi dos horas durante el desarrollo de la fiesta, las criadas estaban a su lado y en baja voz trataban de animarlas:

-Será solo un rato aguanten como puedan, estarán muy borrachos- dijo la mujer que parecía de Portugal.

Sobre las doce de la noche se las fueron llevando como fieras salvajes a su presa, primero los señoritos de la nobleza isleña que elegían con tiempo, luego el resto, a la mayoría de la chicas las violaron en grupo, la práctica que tanto les gustaba desde la noche del sábado 18 del julio del 36, en cada habitación los hombres hacían cola con las chicas atadas a las camas, otras eran vejadas en pleno campo, en medio de la finca de mangas, papayas y naranjas.

La orgía era generalizada y los niveles de sadismo superaban cualquier límite, se escucharon hasta disparos sobre las muchachas que se rebelaban, en el patio central iban colocando los cadáveres a la espera de la llegada del camión que las haría desaparecer para siempre.

Alicia sufrió las aberraciones primero del oligarca De Lugo, que luego la entregó a la soldadesca tras hacerle todo tipo de aberraciones sexuales.

La muchacha estaba muy débil tirada sobre el barro de la finca y hombres de todas las edades la iban violando uno a uno, vomitaba con frecuencia el ron y el semen que le obligaban a tragar.

No sintió nada, dejó de luchar y gritar, se abandonó hasta el instante de la muerte por las hemorragias internas y los brutales golpes.

Solo cinco mujeres sobrevivieron y las dejaron maniatadas y semiinconscientes en el patio interior, el resto de los cuerpos se los llevaron, había muchos hombres durmiendo la borrachera en cada rincón de la casa, la brisa de noviembre movía las ramas de los árboles, el sol rojo del amanecer iluminó en un instante todo el palmeral.

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Pintura de Carlos Alonso sobre la tortura y abusos a mujeres en la dictadura argentina

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